La primera noche de Emir y Feriha| La llamé Feriha

La llamé Feriha, como un susurro de esperanza en medio de la tormenta. Su nombre resonaba como un eco familiar, traído de los días dorados de mi infancia, cuando el mundo parecía un lugar sencillo y las promesas eran más que palabra. La conocí en el rincón más oculto del parque, donde los árboles formaban un techo de hojas verdes que filtraban la luz, creando un ambiente mágico, casi irreal.


Desde aquel primer encuentro, Feriha se convirtió en el remanso de mis pensamientos errantes. Su risa, un canto de pájaros al amanecer, despejaba cualquier sombra de tristeza que pudiera acecharme. Con ella, las horas se desvanecían en un torrente de sueños compartidos y risas, como si cada instante fuera un regalo que la vida nos ofrecía.


Pero en el fondo, sabía que la fragilidad de la felicidad era un velo delgado, susceptible a los vientos del destino. Feriha, con sus ojos deslumbrantes llenos de curiosidad y su espíritu indomable, traía consigo la promesa de aventuras que desafiarían las normas impuestas, un fuego ardiente que iluminaba las partes más oscuras de mi ser.


Sin embargo, había algo en la forma en que el viento soplaba cuando estábamos juntas; un presagio que me susurraba que nuestra historia, aunque vibrante, estaba destinada a ser un poema breve. Era un canto de sirenas, una melodía que prometía mucho pero que también podía desvanecerse en cualquier momento. Aun así, decidí aferrarme a ese instante, a esa chispa de vida que Feriha había traído a mi existencia, porque a veces, la belleza se encuentra en la transitoriedad de los momentos.